martes, 5 de enero de 2010

Ceferino Namuncurá


La devoción a Ceferino Namuncurá, a nivel popular, es una de las más importantes de Argentina ya que se ha extendido por todo el país. Para ello juegan, en primer lugar, su condición de aborigen, su bondad, su inteligencia, y también su muerte, acaecida lejos del país, cuando contaba poco más de 18 años.

Nació en Chimpay, en valle del Río Negro, el 26 de Agosto de 1886. Era hijo de Manuel Namuncurá y una cautiva blanca chilena, Rosario Burgos. Pero ya el cacique Manuel era una sombra de su pasado de lanzas, malones y orgullo. Su infancia en el áspero escenario patagónico no puede sospecharse que haya sido muy feliz. Los padres salesianos, Monseñor Caglieto y Padre Milanesio, obtuvieron el permiso de sus mayores para educar al pequeño, a quien sin duda dejaron partir con mucho pesar.

Así paso por el Colegio Pío IX en Buenos Aires en 1897, y por Viedma en 1903. Una cruel enfermedad, la tuberculosis, que en esa época hacía estragos, obligó su traslado a Italia, donde estuvo atendiendo su salud física al mismo tiempo que se preparaba en el orden religioso católico.

Su devoción crecía y su salud decaía, hasta que en 1905, un 11 de mayo, muere. Sus restos regresan al país en 1924 y reposan en Fortín Mercedes, provincia de Buenos Aires, no muy lejos de Bahía Blanca, hacia donde peregrinan muchos fieles para solicitar su intercesión y cumplir promesas con ex votos de ofrenda, los que se multiplican en diversas formas en todo el territorio nacional. En 1945, se inician las gestiones para que Ceferino Namuncurá sea beatificado, teniendo en cuenta el movimiento popular de fe que acompañaba desde la muerte a su figura.
Hasta ahora la iglesia lo reconoció como Venerable, siendo necesario para llegar a la beatificación la comprobación de por lo menos dos milagros, los cuales deberán contar con ciertas certificaciones de cardenales y médicos. Puede verse como una concesión de la Iglesia la venta de sus estampas y oraciones en santerías católicas, y otras imágenes, que se adquieren en cantidades excepcionales, lo que viene a reafirmar la dimensión asombrosa que tiene su culto.
Faltaría mencionar los pequeños y simples "monumentos" que se levantan a la vera de rutas y caminos, frente a los cuales se detienen los viajeros a rezar una oración al "santito", dejándole velas prendidas. El "santito de las tolderías" ha inspirado hondamente a muchos poetas, escritores y artistas, entre otros Osvaldo Guglielmino, José M. Castiñeira de Dios.