lunes, 4 de enero de 2010

Córdoba


Tres expediciones conquistadoras exploraron y colonizaron el actual territorio argentino: la del Norte proveniente del Perú; la del Este, que ingresa por el Río de la Plata y la del Oeste que accede por Chile.
Estas corrientes fueron atraídas por las noticias acerca de regiones donde abundaban los metales preciosos.
Desde tiempos muy remotos, los comechingones habitaban las sierras cordobesas; datándose la gruta de Candonga en los primeros tiempos de la era presente; pero son anteriores todavía los aborígenes de los yacimientos de Ongamira y Observatorio.
Los restos arqueológicos hallados en distintos sitios de las sierras, tendrían una antigüedad de cinco milenios, según O. Menghin.
Los aborígenes habitaban el cordón montañoso compartido por las provincias de Córdoba y San Luis. Formaban pequeños pueblos independientes, regidos por caciques.
Se destacan como centros más poblados las áreas de Quilino y Ongamira en el Departamento Ischilín, el valle de Punilla, el valle de Calamuchita, el valle de Río Cuarto y el valle de Río Primero.
Los comechingones eran belicosos, utilizaban la palabra "comechingón" como grito de guerra que incitaba a matar y fue a causa de este rasgo tan característico que resultaron bautizados por los españoles.
Eran muy eficaces en el manejo del arco y la flecha, también utilizaban bastones de madera dura y ocasionalmente, se valían del fuego para incendiar el refugio de sus enemigos.
Para la guerra utilizaban collares de cuero y se pintaban una mitad del rostro de rojo y la otra de negro.
Los antiguos habitantes de estas tierras hablaban en su mayoría la lengua sanavirona, aunque también coexistían otros dialectos particulares como el henia y camiare.
Vestían camisetas largas y algunos rasgos poco habituales en la población indígena, que llamaron poderosamente la atención de los españoles, tales como la barba completa que ostentaban y la figura alta y espigada de sus integrantes.
El de los Comechingones es uno de los pueblos aborígenes de mayor riqueza pictográfica de la Argentina. Dejaron grabados y dibujos en el interior de infinidad de grutas y cavernas. Se cuentan más de 1000 obras de arte rupestre llegados hasta nosotros.
Vivían en chozas semisubterráneas, construídas sobre pozos al ras del suelo, con pequeñas entradas.
Para subsistir se valían de la agricultura, la recolección de frutos, la ganadería y la caza.
La conquista de “la provincia de los comechingones” la comenzó Francisco de Aguirre en 1556 y hacia 1573 el capitán Lorenzo Suárez de Figueroa, le dejó al General Jerónimo Luis de Cabrera el testimonio de un relato de su expedición por el territorio actual de la Provincia, habiendo recorrido las Salinas Grandes y la región de Quilino hacia el sur, rebasando los valles de las Sierras Chicas.
El propósito de los conquistadores del Alto Perú en encontrar una ruta hacia el Río de la Plata determinó la decisión de erigir la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía.

Es fundada así, a orillas del río Suquía ( hoy Río Primero) el 6 de julio de 1573 por Jerónimo Luis de Cabrera.
Luego de su fundación, Córdoba integró la Gobernación del Tucumán, dependiente primero de Chile y luego del Virreinato del Perú.
La necesidad de dividir el Virreinato del Río de la Plata y su importancia estratégica, llevó a convertirla en intendencia el 5 de agosto de 1783, siendo su capital la ciudad de Córdoba, abarcando sus límites hasta las regiones de San Juan, San Luis, Mendoza y La Rioja.

Su primer Gobernador Intendente fue el Marqués de Sobremonte.
Los conquistadores introdujeron a los jesuitas, quienes crearon numerosas estancias en el entorno de la ciudad y en las rutas de comunicación, asegurando una abundante producción pecuaria y consolidando las vías comerciales.
Llegan así al finalizar el siglo XVI, los primeros jesuitas quienes, posteriormente, levantaron la Compañía de Jesús, que comenzó a ser edificada en 1650. Siendo el templo más antiguo en la ciudad, es declarado monumento nacional en 1940 y Patrimonio de la Humanidad, en el año 2000.
La Congregación Jesuítica en 1608 fundó el Colegio Máximo, base de la actual Universidad Nacional, fundada en 1613, que constituyera la segunda en Hispanoamérica .
En calles y avenidas de esta moderna ciudad, se encuentran testimonios de la arquitectura colonial y del paso de los Jesuitas por la región de suma importancia en su desarrollo.Los misioneros no se preocuparon de estudiar la lengua de los indios cordobeses y en cambio trataron de imponerles el quichua, lengua que ellos y muchos conquistadores conocían; esos esfuerzos, según documentos de los siglos XVI y XVII, tuvieron algunos resultados, pero con la pérdida del idioma propio se produjo también la extinción de los comechingones en la masa mestizada de la antigua gobernación del Tucumán.
A principios del siglo XIX Córdoba, comenzó a vivir los albores de la independencia, convirtiéndose progresivamente en terreno fértil de los esfuerzos que en ese sentido habrían de manifestarse en la Revolución de 1810.
Encabezando las consignas autonomistas de las provincias del interior, Córdoba protagonizó un papel preponderante en el intento de conformar el sistema federal, destacándose en este sentido la labor de Juan Bautista Bustos.
Este crecimiento se interrumpió durante la guerra de la Independencia y las luchas civiles posteriores.Retomando este crecimiento a mediados del siglo XIX, con el incremento demográfico debido a la inmigración extranjera facilitada por la llegada y la ramificación de los ferrocarriles y la colonización de ambas márgenes de las vías férreas y de otras tierras destinadas a tal fin.

El 31 de enero de 1821 quedó sancionado el “Reglamento Provisorio para el régimen de administración de la Provincia de Córdoba”, antecedente válido de la Constitución de la Provincia, sancionada el 16 de agosto de 1855.

En el siglo XX, Córdoba albergó, entre los hechos políticos más trascendente, a la conmoción estudiantil de 1918 y su producto, la Reforma Universitaria y el “Cordobazo” del año 1969.

En 1927, con la creación de la Fábrica Militar de Aviones, se inicia una nueva etapa - la industrial - consolidándose treinta años después al ritmo de la instalación de grandes complejos automotrices y numerosos establecimientos fabriles.
ALEJANDRO ROCA - CORDOBA ARGENTINA

La calle Avellaneda1
La calle Avellaneda es hoy la entrada a nuestro floreciente pueblo.2
Hace muchos años... era un callejón en donde el viento norte levantaba densas polvaredas y por donde transitaban enormes y altos carros tirados por varios caballos que pesadamente arrastraban el fruto de las cosechas. Uno tras otro como enormes elefantes, haciendo chirriar sus gastadas ruedas, atravesaban llevando pesadamente su carga. Han quedado en el olvido, en el pasado, y hoy han sido remplazados por veloces y modernos camiones.

Esta calle también era transitada por grandes tropas de ganado que lentamente eran conducidas por cansados y sufridos troperos que debían soportar las inclemencias del tiempo, lluvia, viento, granizo, heladas y fuertes calores. Al grito de ¡tropa!... ¡tropa!... el ladrido de los perros y el mugir de la hacienda, era un espectáculo verlos pasar especialmente cuando llovía, envueltos en grandes capas negras que cubrían casi todo el caballo.

El progreso dejó atrás todo aquello y hoy sólo pasa a ser recuerdo, hoy la calle Avellaneda ha dejado de ser un callejón, el asfalto ha cubierto sus guadales y la luz eléctrica su oscuridad. Modernas casas cubren sus terrenos baldíos y cómodos y veloces automóviles la transitan, el progreso avanza y la historia aumenta en sus páginas.

La calle de los Cuatreros 1
La calle de los cuatreros era y es una calle que divide Alejandro con la población de Las Acequias, y se extiende hacia el sur hasta dar con el Cacique Bravo, en Monte de los Gauchos.

El Cacique Bravo era un lugar donde se levantaba una toldería y desde allí los indios hacían incursiones atacando a la población.

La Calle de los Cuatreros ha quedado en la historia de nuestro pueblo, pues allí se refugiaban los gauchos que tenían cuenta con la policía o aquellos que cuatrereaban robando ganado en las estancias.

Como por allí había mucho monte les servía de escondite seguro. Eso hizo que se creara una especie de leyenda entre la gente del lugar. Se le atribuyó cuentos de aparecidos, luz mala y de sustos terroríficos , siendo ese lugar, privativo para pasar la noche. Los troperos que debían detenerse para descansar la tropa trataban de que no los sorprendiera la noche.

Con el transcurrir del tiempo, esas historias quedaron en el recuerdo de los ancianos de nuestro pueblo, como una interesante leyenda.

Años después, la Calle de los Cuatreros sirvió de refugio a los agricultores que habían sido desalojados porlos estancieros y allí iban a parar con sus familias y sus pocas pertenencias.

La India María 1

Cuentan algunos viejos pobladores que en las estancias de Roca vivió una india llamada "María" que junto a su hermano Manuel, el Gral. Roca había rescatado de una toldería. Siendo aún niños los trajo a sus tierras, los bautizó y les dio el apellido Roca. El indio Manuel fue trasladado a Río Cuarto donde debía atender sus bienes.
La india María quedó en Alejandro. Vivió en la estancia, nadie sabe cuantos años, pero murió siendo ya una anciana.
Era una mujer baja, muy corpulenta, morocha, con el cabello largo y renegrido recogido en dos trenzas. Con aire tranquilo y encerrada en ese mutismo que caracteriza a los de su raza, era por todos respetada y los peones la llamaban "la dueña". Se destacaba por el profundo respeto y amor por el ser humano.
Cariñosa con los niños, a los cuales obsequiaba ricos caramelos cuando visitaban la estancia. Encerrada quien sabe en qué recuerdos de su familia y su niñez solía permanecer largas horas sentada bajo un frondoso árbol del patio.
Era gran consumidora de aguardiente, bebida que le preveían sus patrones, hasta que un día, envuelta en los vahos del alcohol se quemó y desde ese momento se le cortó el suministro, aunque ella siguió consiguiéndolo por sus propios medios.
Solía saludar diciendo "marí-marí", la repetición de la palabra otorgaba magnitud o mayor importancia a lo que dicen. Marí significaba diez en su idioma. En su tribu utilizaban el sistema de numeración desconociéndose cómo lo aprendieron.
Trabajaba y lavaba la ropa a peones y colonos, y tenía como costumbre grabado en su mente "peso cincuenta", a todos cobraba peso cincuenta, por lavar una camisa o una pila de ellas.
Cuando concurría al pueblo compraba diversas mercaderías que colocaba en bolsitas y las repartía entre la gente pobre y necesitada de la población, dejando traslucir con ello su espíritu cristiano y su amor al prójimo.
Más tarde, ya anciana, la india fue trasladada a San Julio, otra parte de Santa Clara próxima al pueblo.
Hablaba nuestra lengua entremezclando palabras de su lengua natal, lo que hacía que no se le entendiera mucho y eso era una de las causas de que se encerrara en ese mutismo que la caracterizaba.
Tuvo una larga existencia, quizás 102 años calculan algunos, quizás más. Años que le habrán parecido interminables al sentirse separada de su tribu, de su tierra, de sus hermanos de raza. años que alimentados por su espíritu cristiano consagrara a hacer el bien. Ese bien que en los momentos de su muerte otro cristiano no supo darle. El mayordomo que estaba en esos momentos, a su muerte, la hizo cargar en un carro tirado por caballos y llevar al cementerio como si fuera un despojo, contrariando las órdenes de sus patrones, quienes al recibir la noticia quisieron que se le de cristiana sepultura con todos los honores que ella merecía.

La Negra Lopez 1

Bastante morocho, de estatura mas bien baja, de cuerpo grueso y bien fornido. Solamente "LA NEGRA", nadie sabe su nombre, ni como apareció. Había trabajado por muchos campos y estancias del lugar. Correntino muy conversador y dueño de una gran fantasía, contaba muchas historias, era un gran soñador. Descendiente de indios, quizás de los guaraníes o guaycurúes que habitan nuestro litoral y boscoso Chaco. Nadie supo realmente de dónde procedía ya que su fantasía tejía las más extrañas leyendas.
Cuando joven, llevaba largos y renegridos cabellos. Nadador por excelencia, como digno hijo de la tierra en que nació, cuando el río crecía con fuerza incontenible, cargaba sobre sus espaldas dos niños tomados fuertemente de sus largos cabellos y los cruzaba de una a otra orilla haciendo gala de sus cualidades de nadador.
Vivió mucho tiempo en el monte de don Rosas Pereyra, cuidaba de sus hijos como si fueran propios y cuando debía llevar mensajes a su familia que residía en el pueblo, lo hacía utilizando sus piernas y trotaba como si fuera un esbelto potro.
Conocía la propiedad curativa de algunas hierbas y hacía alarde de saber curar ciertas enfermedades utilizando sebo, grasa de iguana, peludo, etc.
Le gustaba disfrazarse, gozaba con pintarse y disfrutaba con los carnavales. Cuentan que una noche en uno de los corsos, apareció vestido de indio y con su cuerpo cubierto con plumas montado en un brioso caballo. Los corsos se hacían en el Boulevard y los campesinos que llegaban en carros, vagonetas, sulkys y jardineras ataban sus caballos a los árboles de las aceras. Cuando el corso estaba por finalizar prendió fuego a sus plumas y pasó como una exhalación a tirarse en el río que pasaba muy cerca. Pocas quemaduras sufrió, pero los caballos asustadísimos cortaron las riendas y huyeron despavoridos buscando refugio, quedando la gente a pie.

Fue una noche diferente, la Negra se divirtió y el corso tuvo un toque muy especial.

Muchos años después se fue del pueblo, anduvo por los alrededores y volvió para vivir junto al río en una cueva de la barranca, allí pasó sus últimos días, sólo y en contacto con la naturaleza, a lo indio, como un noble representante de su raza. Allí encontró la muerte, sólo, como lo había estado toda su vida.