martes, 5 de enero de 2010

el cabeza colorada


Nació en las cercanías del barrio Observatorio (zona que tambien es conocida como el "Abrojal"), el día 4 de diciembre de 1890. En consecuencia era "abrojalero" de nacimiento.
Su cara enorme y encendida, estaba llena de positos viruela o pecas como herrumbradas, que terminaban hacia arriba en una abundante y pelirroja cabellera. Una mezcla de azafrán paja brava (motivo de color, que algunos aseguraban que por ser hijo natural de padre desconocido; era el testimonio mas real para justificar que su progenitor debió ser alguno del personal extranjero contratado para el Observatorio Nacional).
Pero el verdadero aval de este personaje era su condición de cantor, que amenizaba a sus canciones: cafetines casamientos, agasajos, velorios, etc.
Además su figura inconfundible, era la culpable de tantos sucedidos y cuentos que pasaron a través de los años a constituirse en parte de la historia popular de la Córdoba que se nos fué.

La mayor parte de su actuación artística la realizo, sin dudas, en el barrio "Barrio Orillero" (en parrillas, bares y confiterías de ese sector), incluso vivió por largo tiempo en la calle "12 de Octubre" (entre las calles Rivera Indarte y San Martín).
Al respecto, contaremos una anécdota, que se le endilgo hace muchos años a Cabeza Colorada, como protagonista.
Dicen que en la vieja Asistencia Publica de Córdoba (una especie de hospital de para personas de bajos recursos economicos), que estaba ubicado en la Calle Ancha 522 (entiendase General Paz 522), se hallaba internado un amigo de nuestro personaje. Cuando se enteró "Cabeza Colorada" de lo que ocurría, se fue a la misma, para saludarle y acaso ayudarle dentro de sus posibilidades.
Al entrar a la Asistencia Publica, se encontró con los famosos enfermeros Hermanos Ferreira (mas conocidos como los “Doctores Ferreira”, por haber intervenido en tantas “composturas anatómicas”, producidas en la mayorías de las veces por duelos y pendencias ocurridos en el Bajo), quienes le interiorizaron de la gravedad del estado en que se encontraba su amigo.
Muy compungido "Cabeza Colorada", en puntas de pies, se arrimo sigilosamente al lecho de su amigo y este al reconocerlo, no pudo menos que largarse a llorar y a preguntarle que por favor le dijera qué le habían hecho en su cuerpo, pues los médicos no le querían confesar nada sobre el particular situación.
Después de un largo rato, "Cabeza Colorada" fue convencido por las suplicas del amigo y fue entonces que creyendo hacerle un bien al enfermo, le dijo:
Mirá, tengo dos cosas para decirte, pero una es mala y la otra es buena. ¿Cuál de las dos quieres que te cuente primero?
Desesperado el paciente, con suspiros muy profundos, le pidió por favor que empezara por la “cosa mala”, tal vez para reponerse sin duda con “la buena”.
Bueno, respondió Cabeza Colorada y al instante se despacho con la respuesta en esta forma:
… mirá a vos te han cortado los dos pies – no termino de hablar el cantor, cuando el enfermo empezó a llorar inconsolablemente, y Cabeza Colorada para calmarlo le dijo:
Pero no te aflijas hermano, porque ahora viene “la buena”.
Rápido, rápido …le pidió el amigo. Y entonces se escucho la voz del cantor que le decía:
Mira aquel tipo que esta en la puerta... ...ponte contento…, te quiere comprar los zapatos!!!

Verdades o mentiras fueron cosas de la Córdoba Vieja.

Así José Maria LLanes o Cabeza Colorada, fue sin dudas, el personaje que mayor cantidad de anécdotas le endilgaron o protagonizó. Y esta “fama” la llevo hasta después de su fallecimiento.
A propósito de ello comentaremos lo que expresara un viejo vecino orillero, que asistió a la inhumación de los restos mortales de Cabeza Colorado, efectuada en el Cementerio San Vicente.
Decía el informante que solamente estuvieron en el entierro: su mujer, el “zurdo” Vicente, el Sub Comisario de aquella seccional y otras pocas personas que por su número, podrían haberse contado con los dedos de las manos, como si su recuerdo, se hubiese esfumado de las mentes de los cordobeses.
En esa oportunidad, fue cuando se desfondo el cajón “del finadito”, que pesaba abultados kilos (alrededor de 160 kilos).