jueves, 7 de enero de 2010

el ceibo


El ceibo, también denominado seibo, seíbo o bucare, crece en todo el litoral argentino, Uruguay, Paraguay y sur del Brasil. También se lo encuentra en algunas provincias del norte. El árbol alcanza unos diez metros de altura, tiene un tronco de corteza arrugada, de copa irregular y rala, de hojas caducas y da unas hermosas flores rojas.Pertenece a las familias de las leguminosas. Su nombre científico es Erythrina Cristagalli. Árbol bellísimo cuando está en floración, provisto de aguijones. Puede alcanzar los 20 metros de altura y uno de diámetro en el tronco. El tallo es simple, leñoso; es un árbol cuyo tronco se ramifica a varios metros del suelo. Hay algunos que se ramifican desde la base, en este caso tienen el aspecto de arbustos. La copa del árbol no es muy tupida. Durante el invierno la planta queda sin hojas y las ramas que nacen en primavera son verdes con hojas y flores. La corteza del tronco y ramas viejas toman la tonalidad gris oscura. Esa corteza no es dura sino esponjosa y cubierta con abundante corcho. El tronco produce una madera muy blanda, y liviana de poca resistencia y color amarillenta.


La hoja puede llegar a medir 30 cm. Su pecíolo es largo y su lámina está dividida en tres folíolos. Es una hoja compuesta. Florece en distintas épocas según la región, a comienzos de octubre, se ven ceibos florecidos en las provincias norteñas. Nacen agrupadas en las ramas verdes, es decir, las formadas en la temporada.

Nacen de a una en una, dos o tres en las axilas de las hojas y están unidas a las ramas por un pedúnculo floral.



Cuando varias flores nacen juntas, al conjunto se lo denomina inflorescencia. En el ceibo, las inflorescencias son de 2 o 3 flores, estos grupos suelen reunirse en los extremos de las ramas jóvenes formando "racimos" que llaman la atención por su color rojo carmín. Estos racimos se asemejan a la cresta de un gallo, razón por la cual el naturalista Carlos Linneo le dio el nombre de Erythrina crista-galli (Ery -tro = rojo, crista galli = cresta de gallo). El pimpollo está cubierto por pétalos sedosos. Su madera es muy liviana y porosa, y se utiliza para la construcción de balsas, colmenas y juguetes de aeromodelismo. Su presencia en parques y jardines argentinos pone una nota de perfume y color. Sus ramas poseen una especie de aguijones. Florece de noviembre a abril con pequeñas flores alargadas, de tres centímetros, de color carmín. Fue declarada flor nacional de la Argentina por decreto del Poder Ejecutivo del 28 de noviembre de 1942.

En la medicina popular el ceibo es utilizado para curar algunas afecciones, con llagas y ulceraciones de la piel. Se la hierve con la infusión y luego se aplica una cataplasma fría hecha con los restos de la corteza hervida.

La leyenda En las riberas del Paraná vivía una indiecita llamada Anahí. No era linda pero su voz era hermosa y con ella cautivaba en las tardes a toda la gente de su tribu guaraní: entonaba canciones inspiradas en sus dioses y al amor a la tierra de la que eran dueños... Un día nefasto llegaron los invasores, aguerridos seres de piel blanca que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos y su libertad. La mayoría de los jóvenes de la tribu fueron puestos en cautiverio y forzados a trabajar, y Anahí no fue una excepción. Como no lograba concebir esa situación continuó llorando durante varios días.

Cierto día, su centinela se había quedado profundamente dormido. Anahí entendió que se trataba de la gran oportunidad para escaparse. Sin embargo, mientras huía en silencio, él despertó. Enceguecida por lograr su objetivo, le hundió un puñal en su pecho y corrió para buscar protección en la selva. El grito del moribundo despertó a los otros españoles, entonces la persecución se convirtió en la gran cacería de la pobre Anahí. Pese a los esfuerzos de la joven para esconderse, fue alcanzada por los conquistadores, que, en venganza por el asesinato del guardián, la castigaron con la muerte en la hoguera: la ataron a un árbol y prendieron el fuego.

Algo raro sucedió: las llamas parecían no querer tocar a la jovencita, que sufría sin murmurar palabra. Cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se convirtió en un árbol. Intentando convencerse los unos a los otros de que esa visión era efecto del cansancio, los conquistadores juntaron más leños para avivar la hoguera y se fueron a dormir. Al día siguiente, los soldados encontraron en lugar de las cenizas un hermoso árbol, de verdes hojas relucientes y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de la valentía y la fortaleza ante el sufrimiento: el ceibo.