domingo, 3 de enero de 2010

el runauturungo


Una de las estancias del país fue cierta vez alarmada por la presencia de un tigre. El peligro común reunió a sus moradores, pues la fiera andaba por la espesura cercana. Quedaba rastro de su paso: un cerco roto, un caminante herido, el sello de su garra en el fango ya seco, varias ovejas muertas, de las que ni siquiera bebió la sangre, como en abuso de crueldad.

Todos estaban temerosos. Se convino, por fin, en la urgencia de matar al felino. Una partida de los mozos más arrojados del lugar defendería las inmediaciones de la casa, mientras que un experto intentaría matarlo.

El hombre corajudo montaba su mula favorita y le acompañaba una escolta de nueve ágiles criollos, todos armados. Tras muchas horas de vagar sin éxito, pasó la tarde. El monte se anegó de tinieblas. Resolvieron detenerse y descansar. Habían desensillado cuando un estridente ruido repercutió en la noche. Acomodaron en las hierbas pellones, simulando con ellas alguien que duerme. Los compañeros se retiraron a esconderse. El paisano corajudo, tembloroso también por la sorpresa, corrió a ocultarse. No apagó la fogata; por el contrario, la avivó. Se oyó un nuevo grito cada vez más cercano de la fiera. Pasaron duros instantes, hasta que el cazador vio fulgurar como dos brasas los ojos del felino en la maraña oscura. El tigre avanzó sobre las prendas. El gaucho, desde la sombra le clavó su cuchillo en el costillar, pero el tigre escapó hacia el monte.

A la mañana, montaron de nuevo y siguieron el rastro revelador. Llegaron hasta una vieja tapera, donde se amontonaban cráneos, fémures, carnes y ropas desgarradas. Silencio y soledad solemnizaban el paisaje. El cazador se detuvo a las puertas de la mansión fúnebre, cuando asomó arrastrándose con pena, una cabeza humana, cuyo cuerpo se perdía en la penumbra interior. De su pecho goteaba sangre y sus labios con palabras dolientes imploraban piedad. Luego le ofreció riquezas si le dejaba la vida, pero el cazador no se dejó tentar y descargó un trabucazo formidable sobre la cabeza, eliminando así al tan temible runauturungo.

El runauturungo representa el mal que ataca a la sociedad. El cazador que logra derrotarlo es el bien, que triunfa y libera.