martes, 5 de enero de 2010

el río Agua de Oro


Caminaron durante largo rato hasta llegar a un claro.

Los sonidos parecían diferentes y de pronto todo quedó bajo una luz casi mágica; allí, entre una base pedregosa, brotaba un líquido dorado que se perdía en un río salpicado de brillos de oro puro y despedía reflejos en todas direcciones.
Hace muchos años, tanto que ni las montañas abuelas lo recuerdan, un visitante llegó a la tribu.
Según dijo, era sobreviviente de una guerra cruel desatada entre la gente de su padre, un gran cacique, y una tribu de costumbres guerreras. Es decir que era un príncipe y solicitaba amparo, pues no le quedaba nadie en la Tierra.
El cacique ordenó inmediatamente que se le diera alojamiento y comida y solemnemente anunció que sería nuevo habitante de sus dominios. Y desde entonces, cada uno fue aceptando al joven, que con ellos compartía los días tranquilos de la vida.
Pero no se trataba de un muchacho como todos; pasaba largos ratos espiando las chozas de los demás. Juntaba pequeños objetos que encontraba por ahí, no hablaba con nadie, ni siquiera con la hija del jefe, que se había enamorado de él.
Un día, el cacique de la tribu lo mandó a llamar. Invitándolo a conocer los alrededores, prometió mostrarle un sitio secreto, una especie de tesoro.
Caminaron durante largo rato hasta llegar a un claro. Los sonidos parecían diferentes y, de pronto, todo quedó bajo una luz casi mágica; allí, entre una base pedregosa, brotaba un líquido dorado que se perdía en un río salpicado de brillos de oro puro y despedía reflejos en todas direcciones.
El príncipe indio pareció enloquecer con tanta riqueza a sus pies. Agredió repentinamente al cacique, quien cayó al suelo sobresaltado. El joven corrió hasta las aguas, mientras gritaba juntando cuanta piedra podía en sus ropas.
El cacique le advirtió que tuviera cuidado pero, ensordecido por su ambición, el muchacho se internó entre las piedras y desapareció arrastrado por la corriente.
Momentos después, todo era calma en el valle y el cacique, espantado, volvía a la tribu a contarle a su gente la historia del presunto príncipe.
El río se encuentra en el departamento de Colón, a pocos kilómetros de la capital de Córdoba.
Tiene apariencia de oro porque corre sobre lechos de sílex y arenisca, de los cuales los rayos del sol arrancan centelleantes destellos.