martes, 5 de enero de 2010

el misachico


Casi la totalidad de las familias nativas de quebrada y puna son poseedoras de imágenes de la virgen María o de santos de su devoción. Estas imágenes son conservadas en urnas con puertas de vidrio en la parte frontal, ornamentada por dentro y por fuera con multicolores ramilletes de flores de papel dispone de un pequeño oratorio de la Mamita o Tatita según sea Virgen o Santo que reciben las honras y plegarias de la familia.

Pequeñas procesiones que se organizan por familias o grupos reducidos llevando la imagen de un santo o santa (que no pertenece a una Capilla sino a una familia) profusamente ornada con cintas y flores. Los misachicos se suman a las procesiones organizadas desde una Iglesia.


A lo largo de la región del NOA, desde tiempos inmemoriales, se ha venido desarrollando un rito ceremonial denominado Misachico. Ha recibido también otros nombres, tales como "misa pequeña", "misa desparramada", "missachicuy o descuartizamiento", "procesión de los cerros", etc. Este rito se cumple tanto en la Puna, los cerros y los valles como en el chaco salteño y santiagueño.

En las zonas desérticas donde la aridez climática hace que las cosechas se pierdan, los paisanos realizan diversas ceremonias para rogar por el agua.

En Catamarca, los castigados habitantes prometen a la Virgen del Valle un "Misachico", a cambio de lluvia. Este consiste en una procesión durante la cual se venera a la Virgen. Engalanada con puntillas de colores, la imagen es transportada -en una urna de cristal- a la capilla más cercana para ofrecerle una misa que se celebrará al día siguiente de la peregrinación.

En otras poblaciones, se llevan "santitos", siempre con la misma intención. Por lo general el Misachico es acompañado por un bombo y un violín.

Por devoción, por fe y tradición, en recuerdo de la herencia gaucha y aborigen de nuestros mayores sigue siendo una expresión auténtica de nuestra cultura.

La procesión consiste en trasladar a uno de los llamados "santos de bulto". La imagen es cargada en andas desde la vivienda de su dueño hasta la iglesia del pueblo más próximo. Otras veces, como en las festividades del Señor y la Virgen del Milagro -el 15 de septiembre, en Salta- y de la Virgen del Valle -el 8 de diciembre, en San Fernando del Valle de Catamarca-, desde los pueblos hacia la ciudad capital.

La marcha puede durar horas o días, de acuerdo a la distancia por recorrer. La imagen venerada puede ser un Cristo, la virgen María -en cualquiera de sus advocaciones-, santos y santas. En otras épocas, eran de madera tallada y policromada (arte colonial). Hoy en día, en su mayoría, están hechas de yeso, y quizá no pasará mucho tiempo antes de verlas desfilar recién salidas de moldes de plástico.

La imagen es ricamente vestida y ataviada para ser transportada en una urna de vidrio, rodeada flores, puntillas y cintas de colores. la urna se coloca sobre las andas de madera que cargarán los promesantes, quienes irán rotando su turno con los demás fieles que acompañan el Misachico. Delante de la procesión van dos banderas, una argentina y otra papal, hechas de tela o papel, de acuerdo a los recursos de los devotos.

Para que el camino se acorte, algunos músicos acompañan la marcha con un violín, una caja o un bombo. En Santiago del Estero se utiliza el acordeón y en Jujuy los erkes.

Esta peregrinación es una fiesta de fe. Los fieles participan agradecidos por lo que la Providencia Divina les concede, o repiten viejos pasos detrás de la esperanza de algún milagro.

El Misachico atraviesa polvorientos caminos y al llegar a algún poblado los devotos saludan tirando cohetes y bombas de estruendo. La gente es solidaria y sale a recibirlos. Improvisan un altar para la imagen con una mesa que se coloca afuera de una casa, con un mantel limpio, flores, velas encendidas y, si queda lugar, el propio santo del hogar. Se sacan sillas para los peregrinos y se convida alguna bebida renovadora y algo para comer. Después del descanso se continúa la marcha.

Al llegar a la iglesia, se deja la imagen al lado del altar, para que el "padrecito" le celebre misa. Todos participan contritos y en respetuoso silencio. Cuando termina la celebración litúrgica, la imagen es retirada en andas hasta el atrio en medio de la algarabía general. Los fieles se hacen "pisar" por la "mamita" o el "santito" y toman gracias tocando sus cintas o la urna. Después, los peregrinos se congregan en una casa de familia y comparten una alegre reunión entre baile, música y abundante comida y bebida. Entonces llega el momento del regreso. Cada vez que algún transeúnte se encuentra con el Misachico, se santigua, pide gracia y reza.

La Iglesia Católica Apostólica Romana, desde documentos como el de Puebla (1979) y Santo Domingo (1992), rescata estas prácticas como parte muy respetable de la "piedad" y la "religiosidad popular", y por lo tanto las promueve como auténticas expresiones de la fe de un pueblo.
Esta devoción se observa generalmente en las provincias del noroeste. Quienes las practican habitualmente son los mayores, los ancianos. Los jóvenes aportan su respeto, pero difícilmente se suman a la celebración.

En la actualidad, la gran difusión de los medios de comunicación, el vértigo de la "aldea global", ha ensalzado la admiración por lo foráneo en desmedro de lo autóctono. Valga como prueba un dato: en Joaquín V. González, un pueblo del interior de Salta, cabecera departamental de Anta, el 31 de octubre se convierte en noche de brujas y calabazas. La celebración de "Halloween" es promovida desde al propia escuela, adhiriendo a una costumbre típicamente anglosajona.

Por otra parte, ante la falta de trabajo, muchos jóvenes del interior de la provincia han emigrado a los centros urbanos en busca de otras oportunidades. Estos van desarrollando su vida inmersos en un quehacer bastante ajeno a las tradiciones de sus pueblos natales.

De todos modos, las raíces son profundas. Asistimos a un final de siglo que se inquieta por descubrir y reconocer todas las culturas. Prácticamente ya no existe el detrimento de lo ajeno. Lo que ve es respetar al otro en cuanto es otro, diferente a mí, respetable y valorable. El límite preciso está en no dejar de "ser", en no anular las diferencias.

Entonces, siempre es tiempo de volver la mirada hacia lo propio, revalorizándolo, aceptándolo, asumiéndolo. Un pueblo que conoce sus raíces tiene futuro. Ese es el desafío.