domingo, 3 de enero de 2010

mala vision



Llevaban más de tres años conviviendo en matrimonio. Habían sido felices en los primeros tiempos, pero el monstruo de los celos les había arrebatado la risa. La mujer con sus sospechas fue empujando a su marido hacia la infidelidad y éste, cansado de los reproches que recibía en su casa, optó por buscar consuelo en otros brazos. El hecho de celar sin motivo terminó por producir lo que se temía. El hombre, a pesar de su infidelidad, seguía viviendo con su mujer. Pero la mujer ya no vivía para construir una familia sino para destruir el matrimonio.
Cada paso que daba tenía siempre un propósito destructivo. Se pasaba la vida pensando en cómo hacer caer a su marido en las trampas que a menudo le tendía. Sus pensamientos fueron cayendo en la locura hasta que un día la idea terrible ardió en su mente enferma. “Y si alguien me pregunta por él, le diré que se fue con otra", se decía la mujer en plena efervescencia de sus macabras ideas.

No tenían hijos así que eso le evitaba cualquier inconveniente. No habría testigos.

Una noche la mujer esperó pacientemente a su marido. En el lugar de la cama donde ella debía estar acostada acomodó unas viejas cobijas que formaron un bulto parecido a su cuerpo y con un garrote bien pesado se sentó a esperar a su marido. Lo esperaba como esperan los sabuesos que han rodeado a su presa: tranquilamente, sin apuros.

Cuando el hombre llegó, la mujer no tuvo inconvenientes con su plan. Lo recibió con un terrible garrotazo en la cabeza. Crujieron los huesos y el hombre se despidió de la vida. La mujer, por las dudas, arremetió con su primitiva arma y le dio unos cuántos golpes más impulsados por la fuerza del odio que había alimentado durante tanto tiempo. Arrastró el cadáver del hombre hasta una carretilla, lo cargó y en medio de la oscuridad de la noche lo llevó hasta una cueva alejada de su casa. Allí, en el fondo de la gruta, volcó el cuerpo sin vida y cubriéndolo con ramas secas le prendió fuego.

Aún se tomó el trabajo, la mujer, de borrar las huellas de la carretilla. Hizo todo esto con gran paciencia y nadie la vio. El crimen había resultado perfecto. Su rostro ahora se veía distendido, casi feliz. Cuando, en los días siguientes sus vecinos preguntaron por el marido, ella contestaba alegremente: "Terminó yéndose ese sinvergüenza, con alguna loca por ahí".

La mujer no esperaba lo que iba a suceder.

Una semana después que el marido ardiera en la gruta, la noche se presentó tormentosa. Negras las nubes se podían divisar cada vez que los relámpagos iluminaban la escena. La mujer, tarareando una canción, preparaba la cena. Siempre había tenido la costumbre de cantar mientras hacía las labores. Un ventarrón violento y repentino vino a incomodar su paz. Saltaron los vidrios de la ventana. La mujer se dio vuelta asustada y vio suspendido en el aire el cuerpo de su marido, echando chispas, cubierto de brasas. Un aullido espeluznante se escuchó y la mujer cayó muerta de espanto en el acto.

El alma en pena del marido muerto había regresado al hogar.

Un gran incendio se desató más tarde en aquella casa y nadie supo lo que había sucedido. Sólo encontraron el cuerpo sin vida de la mujer. Pero el alma de aquel hombre, que también tenía su culpa aún vaga por los caminos y cuando ve viajeros solitarios o desprevenidos, suele lanzar sus aullidos. Si alguno responde a sus gritos, entonces se presenta y con su imagen terrorífica, lanzando chispas enloquece o mata.